miércoles, 30 de mayo de 2012

Once upon your dead body

I hope you die right now, will you drink my chemical?
And if you cry out loud it will only make my feel too good...
...Once upon your dead body.


sábado, 26 de mayo de 2012

La ciudad de la avaricia

Érase una vez una ciudad rica, más no próspera. Ésta se había enriquecido gracias al comercio y todos los habitantes vivían en la abundancia, pero el dinero había corrompido sus emociones y envenenado su voluntad, provocando que la avaricia creciera cada vez más y más en todos ellos.

Llegó un punto en que, por la necesidad de poseer y poseer, empezaron los atracos y robos entre vecinos. La cleptomanía se convirtió en la nueva peste de la ciudad. Nadie podía salir de casa y evitar que entraran mientras no estaba y se llevaran un par de cuadros nuevos, o que por la calle le sustrajeran la cartera o le arrancaran los anillos.

La situación llegó a un extremo insostenible, por lo que el alcalde presentó una ley por la cual, cualquiera que fuera descubierto cometiendo un robo, por mínimo que fuera, sufriría la pena de muerte. Cayeron muchos hombres y mujeres que no supieron tomarse en serio el aviso del alcalde, pero con los años, los ánimos se fueron calmando. Poco a poco los robos desaparecieron y, entre la población, se propagó un sentimiento de profundo desprecio hacia cualquier ladronzuelo que osara adentrarse en su ciudad.

La ciudad, a causa de estar situada en una ruta de comercio importante, recibía gran cantidad de visitas. Muchas de ellas se quedaban anonanadas por la cantidad de riquezas que ésta poseía y ninguno podía resistir la tentación de, en un momento de descuido, intenter coger un anillo o una bolsa de monedas. Pero los ciudadanos ya estaban preparados y, a la mínima muestra de interés por el bien ajeno, los forasteros eran llevados ante un tribual y sentenciados a muerte por su avaricia.

Pero un día el patrón no se cumplió. Un día, fue llevado ante el tribunal un pobre anciano desalijado y cubierto de harapos. El hombre no osaba levantar la cabeza, avergonzado como estaba de haber sido descubierto con las manos en la masa. 

- Espero que esté contento. Su avaricia le va a costar la vida. Anhelar el bien ajeno por pura codicia es algo digno de ser castigado con la muerte - enunció el alcalde, mirando con desprecio al viejecillo.

- Verá, señor alcalde, ese no es mi caso. Mi nieto lleva sin comer una semana, el pobre tiene 4 años y ha perdido a sus padres. Yo soy tan viejo que no puedo encontrar trabajo y me vi obligado a robar una hogaza de pan para que el niño pudiera comer - intentó explicar el hombre.

- ¡Já! ¿Ha robado usted o no ha robado?

- Sí señor, pero lo hice para que mi nieto pudiera comer. 

- Excusas estúpidas. Si usted quiere refugiarse en la ilusión de que lo hacía por su nieto, adelante. Pero a nosotros no nos va a engañar. Su codicia, su avaricia, sus ganas de apoderarse de lo ajeno pudieron con usted, igual que pueden con todos los demás. Son todos unos ladrones asquerosos que no merecen pisar este planeta. 

- Pero señor, mi nieto...

- ¡Estupideces! Es usted una rata asquerosa que ni siquiera tiene valor para reconocer sus actos. Es usted despreciable.

- No, no lo entiende, no robé por mi propio bien, lo hice por el del niño...

- ¿Ven ustedes, señores ciudadanos? ¿Ven como este pobre viejo intenta excusarse con palabrería barata? Pero es como todos los demás ¿verdad? Una sucia sabandija que viene a aprovecharse de nosotros y de nuestro dinero. Por culpa de gente como usted ya no confiamos en los forasteros. 

- Señor, por favor, yo no soy un ladrón, lo hice por necesidad.

- Estúpido, un ladrón es un ladrón. Siempre. Retiren a este viejo asqueroso de mi vista. 

Y así, los prejuicios y generalizaciones cegaron al alcalde y a todos los ciudadanos. Ese día, el viejo fue ejecutado por un delito de codicia. Unas semanas después, encontraron el cadaver de un niño tirado en un callejón. Nadie asoció esas historias. 

Qué fácil es juzgar a los demás sin siquiera escucharlos ni conocerlos. Lo difícil es encontrar los matices y saber valorar una historia a partir de ellos.

martes, 22 de mayo de 2012

OBJETOS PERDIDOS - Capítulo A (I)


Alguien, en el tren, lleva una mochila enorme. La deja en el suelo. Una parada. Dos paradas. Nueve paradas. Se baja y, en el rincón, queda la bolsa olvidada. Estoy segura de que un elevado porcentaje de la población ha estado presente en una situación parecida a ésta. La pregunta que os hago es ¿cuál es o habría sido vuestra reacción? Quizás lo que os voy a contar ahora os obliga a cambiar vuestra respuesta.

Revivamos la situación anteriormente citada. En el caso que nos ocupa, la protagonista es una anciana que vuelve de su visita rutinaria al médico de cabecera. “Atrosis, tensión alta, colesterol elevado en sangre y posibilidad de embolia”, enumera, recordando la lista para poder repetirla a cualquiera que quiera escucharla. Es decir, la carnicera, la panadera y el pescadero. Porque ella vive sola en un apartamento, sin hijos ni marido. Nunca los ha necesitado porque es una persona muy sociable y hace amigos por dónde quiera que vaya. 

Entonces, levanta la vista. La mujer se da cuenta de que hay una mochila tirada en un rincón y recuerda haber visto a un hombre con ella, escasos minutos atrás. Gira la cabeza a un lado y a otro, intentando descubrir si el propietario sigue en el tren. Pero las paradas pasan y nadie va a reclamarla.  Se levanta cuidadosamente, apoyándose en el respaldo del asiento para que no le fallen las piernas. Se agacha como puede y arrastra la enorme mochila hasta el asiento – “qué poco pesa”, pensó mientras tiraba de ella –, dispuesta a buscar algo que identifique al usuario y así poder devolverla. Pero digamos que lo que encontró dentro no era precisamente lo que esperaba. 

La cremallera se deslizó muy suavemente, como si no quisiera que nadie escuchara ni viera lo que allí iba a suceder. Por el lado abierto asomó un papel arrugado, de color verde. La mujer tiró de él, extrañada y se percató de que era un billete de 5€. Extrañada de encontrarlo suelto, metió la mano para volver a dejarlo en su sitio, pero sus dedos sintieron el roce de un montón de papeles arrugados. Más intrigada todavía, abrió un poco más la mochila y descubrió que estaba repleta de billetes exactamente iguales al que se había salido en un principio.

Se acelera su ritmo cardíaco y su tensión arterial empieza a aumentar. Aumenta la irrigación de su faz y esta se sonroja. Su temperatura corporal se eleva levemente y se nota acalorada. “¿Qué hago? Aquí hay mucho dinero”. Y entonces empieza pensar en su vida solitaria y de escasez. En las mil cosas que ha querido hacer siempre pero que nunca ha podido. En la bajada de las pensiones para la tercera edad. En los años que le deben quedar de vida. Luego se acuerda de lo que es moralmente correcto.
Vuelve a mirar alrededor, pero parece que nadie ha prestado atención a la escena que acaba de tener lugar. Todos los pasajeros están ensimismados en sus propios problemas. Ahí empieza la pelea interna. “¿La cojo o la dejo? ¿La llevo al jefe de estación?”.

Poneos en su lugar, una pobre viejecita, solitaria y enferma. ¿Cuántos años de vida deberían quedarle? Decidme pues, ¿qué elegís vosotros? ¿Moralidad o beneficio?

... Continuará

lunes, 21 de mayo de 2012

Soluciones drásticas

Para desengancharse de una adicción terrible y oscura no sirve el "paso a paso", ni el "poco a poco", ni el "hoy sí, mañana no". Eso solo alimenta las ansias internas de poseer lo enfermizo y anhelado, y aumentar la voluntad de autodestrucción.

Soluciones drásticas, dolorosas, pero necesarias. Cortar por lo sano, que se dice. Adiós a todo, de golpe y porrazo. Dejemos pasar un tiempo prudencial y quizás la pus salga de las heridas y éstas cicatricen por fin.

Y cuando vuelva, será sin el anhelo oscuro ni las ansias malsanas. Lo juro.

sábado, 13 de agosto de 2011

Mejor mañana

Hay tres tipos de personas: las que viven immersas en el pasado, recordando momentos mejores y añorando, sumidos en la nostalgia; las que viven el presente, simplemente pensando en el ahora sin tener jamás en cuenta las consecuencias de sus actos, pero disfrutan cada instante; y por último, están las que, como es mi caso, viven de lleno en el futuro, ya sea immediato o lejano.

 Es imposible describir el immenso placer que provoca la ensoñación de un hecho venidero: recrear todos los pormenores, los pequeños detalles, planear hasta el último segundo. Poder cerrar los ojos y, sin que haya llegado el momento, poderlo vivir infinitas veces, cambiando pequeños detalles para hacerlo más agradable. Todo esto hace la espera del suceso anhelado más llevadera y mucho más excitante.

Pero, ¿qué sucede cuando tu situación se ha vuelto tan monótona que es imposible imaginar un futuro diferente al presente y al pasado? Tu cerebro dormita, del mismo modo que tu corazón, aburridos por la falta de alicientes para poder ensoñar. Te das cuenta de la situación, pero no haces nada para cambiarla. Nadie hace nada para cambiarla.

Tus sueños empiezan a centrarse en un futuro cada vez más lejano, dejas de imaginar como será tu siguiente cita, para pensar en tu futuro dentro de dos meses. ¿Qué puedes hacer? ¿Qué? Pues nada. Simplemente vivir en ese nuevo futuro, un poco más lejano, pero a la par satisfactorio.

¿Y si, de repente, la ilusión de un nuevo suceso, totalmente distinto al otro, empieza a despertar una nueva ilusión, hasta entonces dormida desde hacía un tiempo? Y sueñas con lo que no debes soñar, vives una y otra vez lo que sabes que no debes vivir, pero vas a vivir. Porque es algo irresistible, imposible de negar.

El pasado no me sirve, y el presente tampoco. Quiero mi futuro, un futuro tan cargado de nuevas experiencias que mi cerebro no tenga tiempo de descansar entre una ensoñación y otra.

Oh, sí. El futuro siempre será mejor.